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Mujer, ¡qué grande es tu fe!

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HOMILÍA
XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Is 56, 1. 6-7; Rom 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28.

«Mujer, ¡qué grande es tu fe!» (Mt 15, 28).

 

In láak’e’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ Jesús, ku ts’íik ti’ jun túul ko’olel ku tal táaxel lu’umil, jun p’éel taalam tumut, tumen le judíos bey tu beeto’ob yéetel le máako’ob táanxel lu’umilo’obo’. Chen ba’ale’ le ko’olela’ páajchaj u túuch’ik le túunt óolala’, yéetel p’áat bey jun túul ma’alob oksaj óol, ma’ tu lúubul yóol, leti’e’ ku ki’iki’ oltaj tumen Jesús. Bix tan nojchi’ a jach oksaj óolal?

 

Muy queridos hermanos y hermanas les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo vigésimo del Tiempo Ordinario. Hoy como cada tercer domingo de mes nos toca unirnos a nivel nacional a la intención de pedir por la paz y la seguridad en México. La intención para hoy es orar para que eduquemos y pensemos para la paz.

Pasemos a la Palabra de Dios de este día. En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de san Pablo a los Romanos, el Apóstol nos continúa dando muestras del gran amor que él sentía por sus hermanos de raza, los judíos. Él sufría mucho porque su pueblo en general se cerraba a la buena nueva del Evangelio, y eran relativamente pocos los que se convertían del judaísmo al cristianismo. La comunidad cristiana de Antioquía lo envió a ciudades que no eran judías para predicar allá el Evangelio, y Jesús lo confirmó en esa misión.

De todos modos, a donde Pablo llegaba, buscaba siempre la comunidad de judíos que habitaban ahí para predicarles el Evangelio en primer lugar a ellos. En general eran pocos los judíos que se convertían, y el Apóstol terminaba dirigiéndose a los paganos. Sin embargo, en este pasaje Pablo expresa su esperanza de la conversión de Israel, afirmando que, si el rechazo de este pueblo al Evangelio había provocado tantas conversiones entre los paganos, la conversión de los judíos debería ser todavía una causa mayor para que otros se convirtieran.

Hoy en día, los que vivimos en un país católico como el nuestro, podríamos pensar que nuestra misión como bautizados está en ir a tierra lejanas a evangelizar a los paganos; pero, aunque las misiones extranjeras sean muy necesarias, también urge evangelizar a los bautizados para que comprendan en plenitud el significado de su identidad cristiana. Es triste que haya numerosos bautizados alejados de la vida sacramental; y más triste aún que haya tantos que se enriquezcan a base de corrupción, injusticia e incluso otros que están involucrados en el crimen organizado. La mies es mucha aún dentro del gran número de bautizados.

Ahora, pasemos al tema de la primera lectura y del santo evangelio. Durante toda la historia de la humanidad los hombres se han movido de un lugar a otro, para un viaje pasajero o incluso para cambiar su domicilio. Migraciones siempre han existido, pero nunca como en el último siglo en el que ha habido grandes movimientos de personas forzadas por la pobreza o por la violencia. Muchas veces el racismo ha llevado a los habitantes de una nación a sentirse superiores a los de otra, y a tratar mal a quienes emigran a su tierra. Esto es en la actualidad un problema gravísimo porque las migraciones se han desbordado.

En la antigüedad, cada nación tenía sus propios dioses, sus propios cultos, y ninguna nación buscaba que vinieran hombres de otros lugares a adorar a sus dioses. El pueblo de Israel era una excepción en cuanto que Dios ya le había anunciado a nuestro padre Abraham que en su descendencia serían bendecidas todas las naciones. También los profetas en muchas ocasiones anunciaban que todos los pueblos vendrían a adorar al Señor en Jerusalén. Podemos decir que la Historia de Israel y el Antiguo Testamento contienen un claro llamado al catolicismo, es decir, a la universalidad de la fe y de la salvación para todos los hombres.

Hoy el profeta Isaías en la primera lectura presenta uno de esos llamados a aceptar a los extranjeros que vengan a Israel a reconocer al único Dios. Dice Isaías: «A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración» (Is 56, 6-7).

También el Salmo 66 que hoy proclamamos, nos habla de esta vocación católica, para que todos los pueblos se unieran en la fe en el único Dios. Dice el Salmo: «Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero».

Lamentablemente en la vida práctica muchos judíos despreciaban a los extranjeros, y hasta tenían prohibición de no entrar en la casa de un pagano, tratando a los forasteros de una manera muy despectiva. La misión de Jesús era traer la salvación para toda la humanidad, pero en sus tres años de ministerio público no pretendió ir más allá de las fronteras de Israel; incluso cuando mandó a los Apóstoles a su primera misión les indicó que sólo fueran «en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10, 6). De todos modos, Jesús en varias ocasiones se topó con extranjeros que creyeron en él, como es el caso del centurión romano (cfr. Mt 8, 8).

En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, escuchamos a Jesús exaltando la gran fe de una mujer extranjera, a quien le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!» (Mt 15, 28). Pero antes de exaltar la fe de esta mujer desconocida, Jesús primero la pone a prueba, ignorándola, y luego hablándole con el estilo con el que los judíos despreciaban a los extranjeros. Jesús ya sabía hasta dónde iban a llegar las cosas, y se portó como el orfebre que prueba al fuego la pieza de oro para acrisolarlo, para luego poner en alto el ejemplo de la fe de aquella mujer.

Los Apóstoles habían intercedido por ella ante Jesús para que la atendiera, pues venía gritando detrás de ellos, así que su intención no era totalmente pura. La mujer solicitaba la curación de su hija, que estaba gravemente enferma, y aquí se muestra de nuevo como los hijos suelen ser un camino de acercamiento al Señor, sea por su falta de salud, sea por su conducta, o sea incluso por su buen testimonio. Incluso muchos matrimonios que se alejan de Dios y de la Iglesia, vuelven a casa cuando sus hijos se muestran atraídos por las cosas de Dios y aún por el deseo de comulgar.

Es responsabilidad de los papás educar a sus hijos en la fe, pero tantas veces los hijos resultan ser los evangelizadores de sus padres. Los papás del joven beato Carlo Acutis, fallecido en el 2006, estaban apartados de la Iglesia, sin embargo, de aquel niño salió el deseo de asistir, no sólo a la misa dominical, sino a la misa diaria, y desde su Primera Comunión se propuso un camino seguro para llegar al cielo. Su cuerpo se encuentra incorrupto en Asís.

¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán