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Jesús debía resucitar de entre los muertos

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HOMILÍA
DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Ciclo B
Hch 10, 34. 37-43; 1 Cor 5, 6-8 o bien Col 3, 1-4;
Jn 20, 1-9 o bien, Mc 16, 1-7, o en la tarde Lc 24, 13-35.

“Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9).

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal beyxan kin tsikike’ex yéetel ya’abach ki’imak óolal tumen Jesús Ki’ichkelem Yuume’ ts’o’ok u Ka’aputkuxtal. Lela’ leti’ u Pascua Cristo, u ti’al líiktsik óolal yéetel ki’imak óolal tumen ku ts’áik aaláab óolal utial putkuxtal. Le kíimilo’ ma’ u ts’o’oki’, mina’an ti’ u ts’o’ok t’aan.
Le yáaxo’ob jach ki’imakchajo’ob u yóolobe’ leti’e le ko’olelo’obo bino’ob te’e sepulcro u ti’al u beetko’ob uts tu wíinklil Jesús; yéetel lela’ na’atik le máax yaan yaabila’ ichil ti’e ku ts’áik ya’ab u yóolal, leti’ob xane’ jach ki’imak u yóolo’ob. Ko’one’ex kuxtal yéetel ki’imak óolal ichilo’on ko’one’ex chupik pukts’ik’al yéetel ki’imak óolal, tumen Yuume’ Ka’putuxtaji ¡Aleluya!

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este glorioso domingo de Pascua: ¡Aleluya, hermanos, Cristo ha resucitado!

Desde hoy, y durante toda la cincuentena de pascua no escucharemos lecturas del Antiguo Testamento, porque en la resurrección de Cristo todo es nuevo. En cambio, iremos leyendo todo el Libro de los Hechos de los Apóstoles, el cual es como la segunda parte del evangelio de san Lucas, pues el mismo evangelista escribió este libro como una segunda parte de su obra. El libro trata sobre cómo nació la Iglesia y como tuvo su primer desarrollo con la obra evangelizadora de los apóstoles, los cuales iban fundando iglesias y dejando en cada una un obispo, presbíteros y diáconos a cargo de ellas. El libro terminará, pero en realidad permanece abierto, porque la historia de la Iglesia se sigue escribiendo hoy en día, y el protagonista continúa siendo el mismo: es el Espíritu Santo, quien va escribiendo derecho, a pesar de nuestros renglones a veces muy chuecos.

Lo más sobresaliente es el testimonio que van dando los Apóstoles sobre la resurrección de Cristo, y como a algunos les va costando la vida, tal como sigue sucediendo en el momento actual. En el pasaje de hoy dicen los Apóstoles, que ellos, después de la muerte y resurrección de Jesús, han comido y bebido con él, como testigos escogidos de antemano. Pero antes dicen que Jesús pasó haciendo el bien, lo cual es un claro reproche a las autoridades que lo acusaron en falso, pagando mal con bien.

También es importante subrayar que ellos declaran que tienen el mandato de Jesús de predicar como lo están haciendo. Dicen: “Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos” (Hch 10, 42). La esencia de la Iglesia y la razón de su existencia es continuar cumpliendo con ese mandato, de evangelizar anunciando la resurrección de Cristo. Todo cuanto hace la Iglesia es para propagar su fe, predicando en las homilías y en la catequesis; celebrando la fe en cada Eucaristía y en cada sacramento; haciendo brillar la fe en cada obra de caridad y de justicia, es decir, en la construcción del Reino de los cielos.

El Salmo 117 que hoy entonamos, expresa nuestra alegría y nuestra convicción, pues en él proclamamos: “Este es el día del triunfo del Señor. Aleluya”. Lo entonaremos durante toda esta semana de la Octava de Pascua, en la que cada día celebramos con la misma solemnidad. Al resucitar Cristo, la Iglesia puede proclamar con convicción que “La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular”. Con la misma convicción lo proclamamos hoy, ya que esa piedra la siguen rechazando muchos, y continúa siendo la piedra angular para construir una humanidad nueva.

En su Primera Carta a los Corintios, san Pablo nos exhorta a tirar fuera la vieja levadura. Es decir que, si ya nos hemos convertido, hemos sido perdonados por la muerte y resurrección de Cristo; ahora es necesario alejarnos de las malas influencias, los ambientes y personas que pueden hacernos regresar al mal camino. Nos invita a celebrar la Pascua con el pan sin levadura, que es de sinceridad y de verdad, no de apariencia.

Hoy corresponde el evangelio según san Juan. Comienza por decir que estaba todavía oscuro en el primer día después del sábado, es decir, el que desde entonces comenzó a llamarse el “Dies Domini”, “Dominicus” o “Domingo”, en el que ya no celebramos la creación, como lo hacen los judíos, sino que celebramos la re-creación, por la restauración realizada en Cristo.

Aquí se habla sólo de María Magdalena, quien viene al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús, y no se menciona a las otras mujeres, porque Juan quiere ver representada a la Iglesia en la persona de esta mujer en particular. Al encontrar removida la piedra del sepulcro corre a dar aviso a Pedro, reconociéndole su autoridad, aunque sea ella la del valor por haber venido a buscar el cuerpo del Maestro.

De inmediato, Pedro y Juan corren al sepulcro, entonces al llegar Juan se detiene para esperar a que Pedro llegue y entre primero al sepulcro. No cabe duda que el apóstol Juan es un gran ejemplo para los jóvenes y para todos, en que le demos su lugar a los mayores en edad o en autoridad.

Al llegar Pedro, constata la resurrección, pues si se tratara de un robo del cuerpo no habría motivo para el orden que encontraron. Además, ellos tenían la promesa de Jesús de que iba a resucitar. Dice el texto que: “Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte” (Jn 20, 7). Ese sudario puede ser la famosa Sábana Santa que hoy se venera, de la que no hay pruebas suficientes contrarias a que no lo fuera. La sola posibilidad de que lo sea, ya la convierte en un signo maravilloso.

Posteriormente, Juan da su testimonio personal de que al entrar vio y creyó, y con toda humildad reconoce su ignorancia confesando como dice: “Hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9). En efecto, además de que Jesús se los había anunciado, ya las Escrituras lo habían anunciado antes.

Vivamos, pues, como resucitados, una vida nueva según el ejemplo de Cristo. Cuidemos la vida de la naturaleza, nuestra Casa Común, pero mucho más, cuidemos de la vida humana, desde el primer momento de su concepción, hasta el último momento de su muerte natural. Recordemos que el primero de los derechos humanos es el derecho a la vida.

Les invito a proclamar la secuencia pascual del día de hoy:

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado, que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla,
y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta.

“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?”
“A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,

los ángeles testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!

Vengan a Galilea, allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos la gloria de la Pascua”.

Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia
que estás resucitado; la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate de la miseria humana
y da a tus fieles parte en tu victoria santa. Amén.

 Que tengan todos una muy feliz semana en la Octava de la Pascua.

¡Sea alabado Jesucristo Resucitado!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán