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Velen y estén preparados

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HOMILÍA
I DOMINGO DE ADVIENTO
Ciclo B
Is 63, 16-17. 19; 64, 2-7; 1 Cor 1, 3-9; Mc 13, 33-37.

«Velen y estén preparados» (Mc 13, 33).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ káajsik u Ki’ili’ich k’iinil Adviento. Yaan u taal óoxp’éel domingo ti Adviento óole ku k’uuchul Navidad. Ko’one’ex páajtik yéetel ki’imak óolal u ti’al ki’imbensik je’e bix júuntul máalob máak oksaóolal le Navidad, men beyo jé’el u páajtal u síijil Jesús ichil puktsi’ik’al.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este primer domingo del santo tiempo de Adviento. Esta etapa señala la cercanía de la solemnidad de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, pues pasarán un total de cuatro domingos antes de esta fiesta, y durante estos días tendremos el llamado a prepararnos espiritualmente, para que Jesús nazca en el pesebre de nuestro corazón.

El Adviento está marcado por la virtud teologal de la esperanza y nos hace presente, en primer lugar, la espera que vivió el pueblo de Israel para la llegada del Mesías. En particular nos concentraremos en María, la cual vivió un tiempo de esperanza muy intenso desde que el Verbo se hizo carne en su vientre, además de que ella pudo compartir esta experiencia personal con san José, con santa Isabel, pero ahora continúa compartiendo con cada uno de nosotros esta vivencia única que fortalece nuestra esperanza cristiana. Ahora todos los creyentes en Cristo debemos vivir esperando la segunda venida de nuestro Señor, anunciada por él mismo.

Todas las guerras, crímenes e injusticias que vivimos hoy en día en forma desbordada, son consecuencia de la falta de esperanza de aquellos que, por no tener fe en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, matan el deseo y la felicidad de estar junto a Dios, pues a como dé lugar se procuran una felicidad y un poder pasajeros, pensando que todo termina con la muerte. Es por eso que tantos atropellan la dignidad de la vida humana, mediante el el aborto, los asesinatos; en particular quienes se involucran en el crimen organizado, cometiendo graves pecados de corrupción y falta de solidaridad con los necesitados. Vivimos una época de egoísmo desbordado.

Las situaciones tan difíciles que sobrellevamos hoy en día nos hacen clamar al cielo, como lo hacía el pueblo de Israel en tiempo del profeta Isaías, diciendo las mismas palabras que escuchamos hoy en la primera lectura: «Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia» (Is 63, 19). Sí, hoy hacemos nuestras esas peticiones, pero mejor aún, repetimos día con día las mismas que Cristo nos enseñó: «Venga a nosotros tu reino», y después de cada consagración en la celebración eucarística respondemos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús»!

Es por eso que, así como escuchamos el domingo pasado que nuestro Rey y Mesías es un buen pastor que viene a reunir a las ovejas, a alimentarlas, a cuidarlas, a buscar a la descarriada, hoy con el salmo 79 podemos clamar: «Escúchanos, pastor de Israel; tú que estás rodeado de querubines, manifiéstate, despierta tu poder y ven a salvarnos». Ante el grado de impunidad que se vive en muchos lugares de México, que hunde en la tristeza a tanos hermanos nuestros, paisanos o extranjeros, no nos queda otra cosa más que clamar al Dios justo, quien hará sentir su justicia.

En la segunda lectura, tomada de la Carta del Apóstol san Pablo a los Corintios, se hace referencia a los cristianos de aquella comunidad con palabras que debiéramos tomar para nosotros, los cristianos del siglo XXI. Les dice: «Ustedes los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor 1, 7). Hay muchos que no aguardan esa manifestación y por eso creen tener el derecho a la venganza, conservando en el corazón un odio que los destruye interiormente.

La esperanza cristiana no significa estar cruzados de brazos sin hacer nada, pues, además de la oración que nos conforta, podemos contribuir al bien común, tanto como al fomento de acciones que fortalezcan el tejido social y siembren la paz. Esa paz interior la conservaremos, además de la oración, tomando el consejo que da san Pablo de «permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento» (1 Cor 1, 8).

Nadie conoce el día del regreso de nuestro Señor Jesús, así que nadie debe llevar una vida de pecado con la confianza de que en el último momento tendrá la oportunidad de arrepentirse. Además de ese día del retorno de Cristo, cualquier día puede terminar nuestra existencia personal en este mundo cuando cada uno sea llamado por el Señor en el momento de la muerte. Por eso Jesús en el evangelio de hoy según san Marcos nos dice: «Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento» (Mc 13, 33).

Luego añade una parábola sobre un hombre que sale de viaje y encomienda el cuidado de su casa a la gente que trabaja con él, pudiendo regresar cualquier día y pudiendo llegar incluso a horas de la noche. Así será la venida del Hijo del hombre, y así es nuestro paso por este mundo. Por eso Jesús advierte: «Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta» (Mc 13, 37).

Los comercios ya tienen algunas semanas ambientando las tiendas con arreglos navideños, presentando ofertas para hacer regalos a nuestros familiares y amigos. También las autoridades civiles ya han estado adornando las calles de nuestros pueblos y ciudades con motivos festivos, aunque inexplicablemente alguien criticaba el año pasado que, en algún palacio municipal, se hubiera colocado un nacimiento. Nada puede hablar mejor de la Navidad que las figuras propias de un pesebre, pues no se trata de fiestas decembrinas, sino del festejo de la Navidad, palabra que quiere decir nacimiento, puesto que lo que celebramos es precisamente la natividad del Salvador.

Quien no crea en el Salvador, no adorne en ninguna forma en esta Navidad, no ponga ni pinos ni ninguna clase de adornos; no regale nada a nadie y no haga ni participe en ninguna fiesta de esta temporada, pues sería una falsedad festejar, cuando no se le celebra al Festejado.

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán