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No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma

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HOMILÍA
XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Jer 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33.

«No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10, 28).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Jesús ku ya’alik to’on yéetel u t’aane’ ma’ cha’ik saakil máax kiinsik wíinklil, ko’one’ex cha’ik saakil tí máax ku kiinsik pixan. San Pablo ku ya’alik to’on ka’a yanak oksaolal ti’ le ba’ax tu p’ajtal to’on Jesús, le túumben Adán, yeetel beyo’ ma’ a’alik le ba’ax beetiko’ tu k’aaba’ úuchben Adán. Ts’ook ilik Papa Francisco ku túuxtik te’ex u bendición.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este décimo segundo domingo del Tiempo Ordinario.

Cuántos hay que se pasan la vida culpando a sus papás de sus errores, de su carácter y de sus vicios, sin nunca asumir la propia responsabilidad. Hay cadenas del mal y cadenas del bien; de nosotros depende el romper con una cadena de mal, así como iniciar o continuar con una cadena o herencia del bien. Nosotros somos siempre responsables de nosotros mismos. Hoy, la segunda lectura, tomada de la Carta de san Pablo a los romanos, nos habla de la cadena de Adán, es decir, de su herencia, y también nos refiere la cadena de Jesús, el nuevo Adán.

San Pablo nos indica la gran superioridad que hay de la herencia de Jesús sobre la herencia de Adán. Dice: «Con el don no sucede como con el delito, porque si por el delito de uno solo murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos!» (Rom 5, 15). La gracia de Cristo resucitado nos basta para romper cualquier supuesta cadena que traigamos como herencia.

La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, nos prepara muy bien como siempre, para escuchar luego el pasaje del santo evangelio de hoy. Jeremías fue injustamente perseguido por su oficio de profeta. Su vida y su mensaje incomodaban a muchos. La persecución no sólo era física contra su cuerpo, sino también moral, contra su fama. Esto se entiende en las siguientes palabras del pasaje: «Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: ‘Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos de él'» (Jer 20, 10).

Hoy en día también hay muchos que gozan morbosamente cuando oyen decir que un sacerdote ha fallado en cualquier forma a su ministerio, sin esforzarse por comprobar si es cierto, e incluso generalizan afirmando: «Así son todos». Pero, ¿por qué esta actitud tan adversa contra los sacerdotes? Es que equivocadamente suponen que la falla de moral en los sacerdotes es un argumento para declarar la libertad absoluta de todos, acabando con las condenas éticas o morales, de modo que ya nadie puede acusar a nadie. Sin embargo, la conciencia siempre estará ahí para acusarnos cuando algo no sea correcto.

Por más modas e ideologías que vengan, como las que ahora se promueven internacionalmente y que se inculcan desde las escuelas con nuevas leyes, las normas morales nunca cambiarán. Las leyes humanas pueden fácilmente ir contra el proyecto de Dios y su santa voluntad; sin embargo, incluso para un no creyente, esas leyes humanas pueden ir contra el sentido común y lo que la razón dicta a la conciencia.

El Salmo 68 que hoy proclamamos, recoge muy bien la oración del justo perseguido e incomprendido hasta por su propia familia. Dice el Salmo: «Escúchame, Señor, porque eres bueno. Por ti he sufrido oprobios y la vergüenza cubre mi semblante. Extraño soy y advenedizo, aun para aquellos de mi propia sangre». Es dolorosa la incomprensión de los propios seres queridos, pero eso debe llevar a los hombres y mujeres de Dios a refugiarse sólo en Él.

La lectura de Jeremías termina de una forma muy positiva, porque refleja la fe y la confianza del hombre de Dios perseguido injustamente, pues la confianza del justo permanece hasta la muerte y más allá de ésta. Dice el texto: «Canten y alaben al Señor, porque él ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados» (Jer 20, 13).

En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, Jesús invita a sus discípulos a no tener miedo a los que matan el cuerpo. Los discípulos están a punto de salir a su primera misión, y por eso Jesús los prepara invitándolos a no temer. Nada les pasó en su primera misión, pues fue totalmente exitosa. En cambio, después de Pentecostés, desde el inicio de la evangelización, comenzarían las persecuciones donde muchos morirían, y continuarían muriendo mártires hasta el día de hoy.

Dice Jesús que a quien debemos temer es a los que pueden matar el alma. Dice: «Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo» (Mt 10, 28). No nos confundamos. Alguien que puede matar nuestra alma, es alguien que nos puede pervertir y conducir a obrar mal; aunque esa persona nos pueda caer muy bien y resultarnos agradable.

Por eso es muy importante evaluar a cada persona que vamos encontrando en el camino para pensar seriamente si se trata de alguien que va a favorecer nuestro crecimiento humano y espiritual, o por el contrario, si nos está sacando de nuestro propio centro, de nuestros valores, de nuestra fe, de nuestros buenos compartimientos. Una persona puede aparecer físicamente atractiva y de un carácter agradable, y al mismo tiempo puede ser sumamente peligrosa, evitando que nuestro proyecto de vida sea según Dios.

El demonio se puede hacer presente en nuestra vida sin que lo advirtamos. No esperemos ver a una figura monstruosa que nos infunda miedo de inmediato. En ocasiones una persona que nos atrae en cualquier forma puede ser el mejor disfraz para el maligno, para hacernos caer en sus redes.

Por otro lado, y después de varios días, hemos terminado nuestra visita «Ad Limina Apostolorum», y los obispos mexicanos de este tercer grupo estamos a punto de regresar a casa, luego de haber visitado las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo en sus respectivas basílicas, así como las basílicas de Santa María La Mayor y la de San Juan de Letrán. Igualmente hemos visitado diferentes Dicasterios del Vaticano, que sirven a la obra evangelizadora de la Iglesia en sus distintos aspectos. Les hemos tenido presentes a todos ustedes en nuestra oración y les llevamos la bendición del Santo Padre, el Papa Francisco, con quien nos encontramos el pasado viernes 23 de junio.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán