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Amarás al Señor tu Dios. Amarás a tu Prójimo

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HOMILÍA
XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A
Ex 22, 20-26; 1 Tes 1, 5-10; Mt 22, 34-40.

«Amarás al Señor tu Dios. Amarás a tu Prójimo» (Mt 22, 37. 39).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ u Ma’alob Péektsile’ ku yaaliko’on u nojochil áalmajt’aan: u áalmajt’aan u yaabilaj Yuumtsil yéetel u yaabilaj ti’ éet láak’o’ob. Le áalmajt’aana má bey u p’aatubao, tumen mix máak je’e u yaabiltik tu jajil u yóol Yuumtsile’ wama’ u yaabilmaj u éet láak’o’ob. Le yaabila’ chen beetik men u chuuka’ani’ ley.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este domingo trigésimo del Tiempo Ordinario.

Un saludo muy especial en este día a los seminaristas, a los Padres Formadores que están sirviendo o se están recreando en la kermés que se celebra en las instalaciones del Seminario Menor.

En el santo evangelio de hoy, según san Mateo, Jesús responde a los fariseos cuál es el más grande de los mandamientos de la ley, y lo hace inmediatamente, con seguridad absoluta, afirmando que el primer mandamiento es amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Añadiendo además el mandamiento del amor al prójimo, dando entender que ambos amores son inseparables, pues nadie puede amar a Dios si no ama a su prójimo.

Por amor se deben cumplir todos los mandamientos, porque cumplirlos por cumplir es no cumplirlos. No se trata de la fórmula kantiana del «deber por el deber», sino la fórmula cristiana del «deber por el amor». Es por eso que san Agustín decía: «Ama y haz lo que quieras».

Dios nos creó por amor y para amar; no para sentir todos los días y a cada momento el amor, sino para decidirnos a amar, con la fuerza de nuestra fe, usando todas nuestras facultades humanas, sea a los cercanos como a los lejanos, sea a los que se han portado bien con nosotros, como a los que nos han hecho daño.

Ante todo, se trata de decidirnos a amar, por una parte, a los que son algo nuestro: cónyuge, hermano, hijo, padres, amigos; como a los que no son nada nuestro, a los cuales reconocemos como nuestros hermanos en la fe como hijos de Dios, especialmente si están pasando por alguna necesidad.

La primera forma de amar es desde la oración, intercediendo por nuestros familiares, amigos; también por los lejanos, física o moralmente. Los hermanos y hermanas contemplativos oran todos los días por todos los miembros de la Iglesia y por toda la humanidad. Unámonos todos a su oración diariamente en la forma en que podamos, según nuestro estilo de vida.

Sé que hay muchos padres de familia que oran con sus hijos mientras los llevan a la escuela. Nuestro buen Padre Dios siempre está a nuestro lado, en cualquier hora y lugar. No lo ignoremos. Hay muchas palabras buenas para alabarlo, para darle gracias, para pedirle perdón, para pedirle lo que necesitamos y para interceder por los demás.

En estos días nuestros hermanos judíos y palestinos necesitan mucho de nuestras plegarias, para que termine la guerra entre ellos, con todos sus horrores. Una guerra que amenaza con desbordarse a otras naciones. Tal vez pronto requieran de nuestro amor traducido en ayuda económica para cubrir sus necesidades básicas.

La Cáritas es un organismo de nuestra Iglesia, la cual trabaja en sus diferentes niveles: internacional, continental, nacional, diocesano y parroquial. La palabra «Cáritas» significa «amor». Se trata pues de una institución que sirve de puente entre los que tienen algo y los que no tienen nada. Ahora estamos haciendo un llamado desde la Cáritas Mexicana para ayudar a nuestros hermanos de Guerrero que tanto están sufriendo a causa del huracán Otis.

Seguramente la Cáritas Internacional nos convocará luego para ayudar a nuestros hermanos del Medio Oriente. Siempre habrá alguien a quién ayudar, a los que están sufriendo a causa de hambrunas, de terremotos, de huracanes o inundaciones: la Iglesia está organizada en su Cáritas para ayudar a quien lo necesite. Ojalá que todos nos sintamos parte de este organismo de Iglesia, que sirve no sólo a los cristianos, sino a todos los necesitados.

Es verdad que existen otros organismos de Iglesia dispuestos a organizar y distribuir los bienes de quienes cooperan, pero también hay muchos otros organismos de la sociedad que sirven de manera altruista a los que sufren en cualquier forma. Todas las personas que colaboran así en esos organismos de la sociedad, aún sin saberlo, sirven a Cristo en la persona de los necesitados, y se ganan el cielo, aunque por alguna razón no fueran creyentes; lo que importa es amar, eso nos humaniza y nos cristianiza.

En la primera lectura encontramos cómo el libro del Éxodo, mandaba a todos los israelitas, el amor al prójimo, especificando varias clases de personas necesitadas. El primer grupo señalado es el de los forasteros, y la razón que se da para ayudarlos es que los israelitas también fueron forasteros en Egipto.

Todos nosotros somos peregrinos en este mundo, pero además sabemos que somos descendientes de migrantes. Hasta el mismo pueblo maya, hubo una vez que llegó peregrino a estas tierras. El fenómeno migrante sigue desbordando a México y a todo el mundo; habiendo llegado ya a nuestras tierras yucatecas.

Preparémonos para reconocer a Cristo en la persona de los migrantes. Hoy en día se cometen gravísimos pecados de abusos a los migrantes, y entre estos criminales se cuentan también personas investidas de autoridad. Ninguno de estos pecados quedará impune ante Dios. En este mundo, por corrupción, se toleran y fomentan estos crímenes, pero el Señor, justo juez, dará a cada uno según su conducta.

El segundo grupo que presenta el pasaje del Éxodo, es el de las viudas y los huérfanos, porque en aquel entonces no había instituciones que protegieran a estas personas, como las hay ahora. De todos modos, estemos atentos a cualquier necesidad de ellos.

El pasaje también se refiere al gravísimo pecado de la usura, de aquellos que lucran con las necesidades de sus hermanos. Nadie que se dedique a la usura está en gracia de Dios; aunque pudiera incluso, no tratarse de personas sino de instituciones.

En próximos días tendremos dos grandes celebraciones de nuestra Iglesia en las que recordaremos a todos los que han dejado este mundo. El miércoles 1º de noviembre festejamos a todos los santos del cielo, conocidos y desconocidos. Ellos son una multitud inmensa que nadie puede contar.

Por otro lado, el jueves 2 de noviembre celebraremos a todos los fieles difuntos, que es lo mismo que decir las benditas almas del purgatorio. Algunos se confunden y creen que son dos grupos distintos. En cada Eucaristía los sacerdotes oramos por este grupo enorme de hermanos, los cuales necesitan de nuestra oración para dejar pronto el purgatorio y pasar a la gloria eterna junto a Dios. Es una gran fiesta en dos partes. El Halloween no es una fiesta cristiana, sino todo lo contrario. Ojalá que ninguno de ustedes lo celebre.

Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán