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Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros

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HOMILÍA
SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Ciclo A
Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.

«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal yo’olaj le k’iin ku síijil Jesús, k’áat óoltik ti’ te’ex ka’a yanak jéets’ óolal yéetel ki’imak óolal ichil a láak’e’ex. Le jéets’ óolal ku taasik Jesús úuchik u síijile’, ku ya’alik to’on ka’a k beet u yaantal jéets’ óolal ichil puktsi’ik’al, ichil láak’e’ex yéetel je’e tu’ux yaano’onen.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en esta solemnidad de la Navidad, y les deseo todo bien en el Niño que nos ha nacido.

Fue hasta el siglo cuarto de nuestra era, al cesar las persecuciones del imperio romano contra los cristianos, cuando se pensó en celebrar la Navidad del Señor, y se hizo un cálculo del año de su nacimiento. Desde entonces los años se cuentan antes y después de Cristo, por lo que la celebración del año nuevo no tiene por qué desvincularse de la de Navidad.

Muchos llaman a esta fiesta «Pascua de Navidad», y no están equivocados, porque en realidad, la Palabra eterna del Padre, su Hijo engendrado antes de todos los siglos, pasó a formar parte de nuestra historia, en el espacio y el tiempo de nuestro mundo, como un hombre de carne y hueso, con una Madre verdadera, aunque Virgen y Madre, María; y con un padre verdadero, aunque sólo adoptivo, José, para cuidar de él en este mundo. Dice san Pablo en la carta a los Filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 6-7a). Esta es una verdadera Pascua que lo dispone para la Pascua de la muerte a la nueva vida de la resurrección.

Estos días de Navidad, desde las posadas, tratamos de pasarla muy contentos, pero no debemos olvidarnos del fundamento de nuestra alegría, y por supuesto, que en el festejo no debe faltar la presencia del Señor, pues muchos celebran sin el festejado. Nuestra alegría es cristiana y como tal no es egoísta, pues hemos de buscar la felicidad de los demás. Ese es el motivo de reunirnos en familia y con amigos, de hacernos regalos unos a otros. Desde aquel inconmensurable regalo que recibimos en Belén, no nos cansemos de regalar, de dar y de darnos a nosotros mismos. La gratuidad nos humaniza.

En Navidad y en todo tiempo, lamentablemente suceden guerras y crímenes, pues nuestro Padre Dios respeta pacientemente la libertad de cada ser humano. Si no lo hiciera, dejaríamos de ser semejantes a Él y no tendría valor el buen comportamiento, ya que seríamos solamente marionetas obligadas a hacer la voluntad del titiritero. En cambio, dejando que estas cosas sucedan, da oportunidad al corrupto, al irresponsable y al que no respeta la vida de sus hermanos, de que reconozcan su pecado y se arrepientan; al mismo tiempo, da ocasión a los afectados de que practiquen el perdón. Por otra parte, Él es el consuelo y fortaleza de quienes sufren.

Además, en estos días de Navidad, sigue habiendo enfermos en los hospitales, presos en las cárceles, ancianos abandonados, gente pasando hambre, lo cual nos da oportunidad a todos de acercarnos con caridad a dar apoyo y consuelo a quienes sufren, aunque muchas veces, es más lo que recibimos de ellos que lo que les damos. Navidad es tiempo para amar, tiempo para compartir. Las personas que mueren por causas naturales y sin culpa de nadie, en este día como en cualquier día del año, nos dan oportunidad de pensar que ellos nacieron para la vida eterna, y que hemos de estar siempre preparados.

Hoy tenemos la feliz coincidencia de que la solemnidad de la Navidad se haya celebrado en el domingo, día del Señor. Para la fiesta de Navidad tenemos cuatro esquemas de lecturas y oraciones en nuestra liturgia: una misa vespertina de la Vigilia; la misa de la noche; la misa de la aurora y la misa del día.

En la misa de la víspera, el evangelio según san Mateo nos presenta la historia del nacimiento de Jesús en la perspectiva del señor san José, descendiente de David, quien da al Niño el nombre de Jesús, que significa «Yahvéh salva».

En la misa de la noche, el evangelio según san Lucas nos presenta la causa por la cual José y María tuvieron que viajar a Belén, para empadronarse según el mandato del César; nos brinda el dato de que no hubo lugar para ellos en la posada, por lo que recostaron al Niño en un pesebre, envuelto en pañales; y nos relata el anuncio del ángel a los pastores, así como de la multitud de ángeles que esa noche cantaron: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Es este pasaje del evangelio el que cada año nos pone de rodillas ante el pesebre, pues, aunque no pudimos estar aquella noche junto a él, nuestro tradicional nacimiento o Belén nos ayuda a contemplar el misterio del Dios hecho hombre.

En la misa de la aurora, continúa la lectura del evangelio según san Lucas, con el relato de la respuesta de los pastores ante el anuncio del ángel: «Fueron y encontraron a María, a José y al Niño, y se volvieron alabando y glorificando a Dios por cuanto habían visto» (Lc 2, 16). ¿Cómo habrá sido el resto de la vida de aquellos pastores? Sabemos que hay gente que, cuando tiene una experiencia de Dios, persevera viviendo en su presencia, aunque no todos lo hacen. ¿Has tenido experiencia de Dios? ¿Has perseverado en fidelidad y constancia? Dice también que «María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). ¿Sabes guardar los acontecimientos en tu corazón? ¿Los meditas? ¿O quieres entenderlo todo de inmediato y actuar con rapidez?

En la misa del día, el evangelio según san Juan nos eleva sobre alas de águila para mostrarnos la grandeza de lo ocurrido en la encarnación del Hijo de Dios. Es el prólogo de este evangelio donde san Juan se remonta a lo alto para explicarnos que el Logos («Verbum» en latín, «la Palabra» en español) existía en el principio, que estaba junto a Dios y que era Dios mismo; que fue Él quien se hizo hombre y habitó entre nosotros. Al mismo tiempo, Juan nos describe la gran tragedia de que Él haya venido a los suyos y que los suyos no lo hayan recibido. No se trata sólo del drama de aquella noche, sino del drama de siempre, del drama de hoy. Pero al mismo tiempo recibimos la grata noticia de que a quienes lo recibamos nos concede el poder de llegar a ser hijos de Dios. A Dios nadie lo había visto antes, pero en Jesucristo nos ha sido revelado.

Queridos hermanos y hermanas, recuerden que la Navidad permanece como solemnidad hasta el día primero de enero, y que cierra con la solemnidad de Santa María Madre de Dios, para luego continuar con el tiempo de Navidad, pasando por la Epifanía del Señor (día de los Santos Reyes), culminando con la fiesta del Bautismo del Señor.

¡Que tengan felices fiestas navideñas! Sea alabado Jesucristo.

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán