XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Sab 7, 7-11; Heb 4, 12-13; Mc 10, 17-30.
“¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” (Mc 10, 23).
In lake’ex ka t’ane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel kimak óolal. Jesusé ku kansik ti to’on, bix le ayik’alil jach sajbensil utia’al ma’ ek okol tu ajawil. Bey xan yaan otsilo’ob chich u puk’sik’alo’ob, saatlo’ob ti le junp’iit yaantio’obo. Yaan ayik’alo’ob ma’ u ts’ama’ u puk’si’ikal ti u taak’ino’obi, ku yaantiko’ob le otsilo’obo’ beyxan u yabitmo’ob. Le u jajile’ ma’ ek chaik u k’axal ek puk’si’ik’al ti le ayik’alilo.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este domingo vigésimo octavo del Tiempo Ordinario.
El evangelio de hoy nos habla de la riqueza y de lo que puede significar en nuestra vida. Jesús no tenía nada contra los ricos y, de hecho, en el texto evangélico de hoy, según san Marcos, recibe a un hombre rico que se le acerca corriendo y se arrodilla ante él para preguntarle: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mc 10, 17). Antes de contestarle, Jesús le pregunta por qué lo llama “bueno” si sólo Dios es bueno. Esto no es negación de su divinidad, sino tal vez lo dice porque sabía que aquel hombre se consideraba bueno. Sólo Dios es por esencia bueno. Nosotros, si hoy somos buenos, mañana quién sabe cómo seremos; es decir, la bondad en nosotros no es una esencia, sino una conquista diaria.
Jesús le recuerda a aquel hombre que hay que observar los mandamientos para alcanzar la vida eterna, por lo que éste le responde con satisfacción que ha cumplido con todos estos preceptos desde muy joven. Entonces Jesús lo mira con amor y le pone un gran reto para ver si está dispuesto a seguirlo, diciéndole: “Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme” (Mc 10, 21). Este texto evangélico no hemos de aprovecharlo para juzgar a los ricos, sino como siempre, para juzgarnos a nosotros mismos. Jesús ya sabe que aquel es rico y lo atiende muy bien; luego lo mira con amor para invitarle a seguirlo.
Luego que el hombre se retira triste y apesadumbrado, Jesús comenta a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!” (Mc 10, 23). Los apóstoles se sorprenden porque siempre habían entendido, como se enseñaba en Israel equivocadamente, que la riqueza era una bendición de Dios y la pobreza un castigo; pero Jesús completa su enseñanza diciendo: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!” (Mc 10, 24).
Por confiar en sus riquezas, aquel hombre no aceptó la invitación de Jesús para seguirlo. Y nosotros podemos rechazar muchas invitaciones de Dios por poner nuestra confianza en las cosas materiales. De hecho, hay pobres que piensan que no pueden ocuparse de Dios mientras no les sobre el dinero. Así es que, para escuchar a Dios me puede estorbar la riqueza que tengo o la que quisiera tener. No es necesario hablar de millones, un poquito de dinero nos puede impedir el seguimiento de Dios, si en eso poquito ponemos nuestra confianza.
Por eso es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que alguien que confía en sus riquezas entre al Reino de Dios. A los hombres libres y pobres de espíritu, nada les estorba para seguir a Jesús. No a todos les pedirá el Señor que repartan su riqueza entre los pobres, como lo pidió a aquel hombre; pero a todos nos pide tener corazón de pobre y tener a los pobres en el corazón.
En esa libertad interior y pobreza de espíritu, los apóstoles lo habían dejado todo, entonces Jesús les promete: “Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna” (Mc 10, 29-30).
Cualquier hombre o mujer que esté consagrado cien por ciento al Evangelio ha podido comprobar la verdad de esta promesa de Jesús. ¡Pero, atención!: Jesús dice “recibirá”, no dice “buscará”. Se debe tratar de regalos que Dios nos manda ordinariamente a través de su misma Iglesia. Por el contrario, es un grave pecado que quien evangeliza busque y hasta exija recibir recompensas que el Señor no envía. En verdad, vale la pena servir al Señor y a la Iglesia, entonces todos podremos comprobar que el Señor no se deja ganar en generosidad.
Con frecuencia he escuchado decir a gente buena, cuando desean el bien a otra persona tanto como a sí mismos, que lo más importante es la salud y que con eso se conforman. Pero el Libro de la Sabiduría que hoy escuchamos en la primera lectura nos dice que, la sabiduría y la prudencia son algo más valioso que los cetros, los tronos, las riquezas, incluso más que cualquier piedra preciosa, el oro o la plata. Afirma también que este don es más valioso que la salud y la belleza. Tal parece que el común de la gente trae los valores al revés de como los presenta la Palabra de Dios.
A propósito de la Palabra de Dios, debemos tomar en cuenta que ella no es palabra muerta en un libro, puesto que un mismo pasaje lo puedes leer mil veces y puedes recibir mil mensajes distintos, conforme a lo que el Señor te quiere decir en cada ocasión, de acuerdo a su voluntad y las circunstancias. Es por eso que la Carta a los Hebreos, que hoy escuchamos en la segunda lectura, nos dice: “La Palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos, Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.” (Heb 4, 12).
Ciertamente, para que se dé semejante efecto se requiere estudio y lectura orante de la Palabra, además de la ayuda de una correcta interpretación que se adquiere al leerla dentro del contexto de la Iglesia. Acerquémonos pues a la Palabra de Dios, así como a Dios mismo ante el Sagrario, y ahí en el santuario de nuestro corazón, estemos atentos al Señor que nos habla en la contemplación de la naturaleza, en la historia que vivimos y en las necesidades de nuestros hermanos.
El pasado lunes 7 de octubre, se cumplió un año de aquel momento terrible en el cual Hamás atacó a Israel, desatando una guerra que continúa hasta hoy. Por eso el Santo Padre, el Papa Francisco, nos convocó a todos a una jornada de ayuno y oración por la paz, no sólo en el Medio Oriente, sino en el mundo entero. Los obispos de México reforzamos esta invitación para que pidiéramos, en el día de Nuestra Señor del Rosario, por la paz y seguridad en nuestra Patria. Ojalá lo hayamos hecho, porque el mundo y México necesitan de la paz.
Ese mismo lunes se acercó a Yucatán el Huracán Milton, con categoría 5, la más violenta y destructora. Gran parte de los habitantes de los puertos fueron evacuados y llevados a lugares de refugio. Bendito sea Dios que no se cumplió la amenaza de una posible entrada del huracán a nuestro Estado. Pero hemos de lamentar que algunos pescadores que se quedaron en el mar todavía no han sido encontrados. Oremos por ellos, por sus familias y pidamos que no falte la caridad del pueblo de Dios para nuestros hermanos que perdieron sus bienes a causa del huracán.
El día de ayer, 12 de octubre, celebramos la fiesta del beato Carlo Acutis. Ojalá que muchos adolescentes de Yucatán conozcan a Carlo para que logren identificarse con él y así busquen la santidad.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
Arzobispo de Yucatán