Inicio Homilía Yo soy la luz del mundo

Yo soy la luz del mundo

383 lecturas
0

HOMILÍA
IV DOMINGO DE CUARESMA
«LAETARE»
Ciclo A
1 Sam 16, 1. 6-7. 10-13; Ef 5, 8-14; Jn 9, 1-41.

«Yo soy la luz del mundo» (Jn 9, 5).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Ti’e oxp’eel domingo cuaresma láayli’ ku t’aanko’on u ti’al ki’imaktal óolal, tumen táan xíimbal tu bejil Pascua. Bejla’e’ tu lu’umil México, táan beetik oración ti’ tu láakal máaxo’ob ku muk’iajo’ob yo’olaj le ba’atelo’ob ichil u familia. K’áatik ti’ Jesús ka’a u je’ekatik ich, je bix tu beetal ti’ le ma’ax má tu pak’aat, ka’a il u sáasilil Yuumtsil. U ki’inile San José sáamal beetik.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este cuarto domingo del Tiempo de Cuaresma, que desde antiguo se ha llamado «Laetare», es decir, «alégrense». Digamos que es el domingo de Cuaresma de la nota alegre, en el cual los sacerdotes podrían vestir una casulla color de rosa, para atenuar el rigor de la vivencia de la Cuaresma.

La verdad, yo pienso que son muy pocos los cristianos que viven con rigor la Cuaresma, como se vivía en otros tiempos, haciendo más sacrificios y mortificaciones aún de los que la Iglesia recomendaba. Sepamos que en otro tiempo ni siquiera se permitían las fiestas, ni bodas, ni quince años durante la Cuaresma, así como otras fiestas que no se hacían, y en caso de que se realizaran, no eran bien vistas. Hoy en cambio, la fiesta pareciera no terminar durante todo el año. Este domingo, pues, se da el tono de alegría por estar caminando hacia la Pascua.

Junto con toda la Iglesia de México, en este tercer domingo de mes nos unimos a la jornada de oración por todos los que sufren la violencia intrafamiliar, para que llegue la paz y la seguridad al interior de cada hogar, para que se reconstruya o fortalezca el tejido social en todos los rincones del País.

En varios sectores de nuestra Arquidiócesis estamos desarrollando un programa de reconstrucción del tejido social, pues la paz que hace famoso a nuestro Estado está siempre en riesgo de romperse, y para conservarla se requiere del esfuerzo y colaboración de todos los ciudadanos. Dios nos otorgue el don de la paz.

Hoy en el santo evangelio según san Juan, Jesús cura a un ciego de nacimiento haciendo lodo con su saliva, untándoselo luego en los ojos. Para un no creyente, este método puede parecer absurdo y hasta asqueroso, pero para un creyente viene el recuerdo del acto creador de Dios en el libro del Génesis, quien para formar al hombre modela una figura de lodo, soplando luego en su nariz y dándole vida humana, con la imagen divina (cfr. Gn 2, 7). Este relato tiene entonces un sentido creador, para que el ciego pueda ver la luz del mundo.

Dice el Señor en la primera lectura de hoy, tomada del Primer Libro de Samuel, que la mirada de Dios nos es como la mirada del hombre, pues «el hombre se fija en las apariencias, pero el Señor se fija en los corazones» (1 Sam 16, 7). Si nos lo proponemos en esta Cuaresma, con la gracia de Dios, podemos arreglar nuestra mirada sin necesidad de acudir a una óptica, para recibir el don de llegar a mirar en el corazón de las personas descubriendo su dignidad, y la grandeza de las verdaderas cualidades humanas que con frecuencia son escondidas, quedando detrás de la apariencia física, del estatus social, de la ropa que se lleva, del dinero, del conocimiento, del poder que se tiene o del que no se tiene. Aquí tenemos de nuevo el tema de la «mirada» de Dios y la «mirada» del hombre.

En el evangelio según san Juan, cada milagro respalda una enseñanza sobre la realidad divina de Jesús. En este pasaje, al darle la vista al ciego, Jesús define su misión diciendo: «Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo» (Jn 9, 5). La luz que Cristo ha traído al mundo es «para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos» (Jn 9, 39). Y es que los que creen ver por sí mismos, sin recurrir a la luz del Señor, no tienen criterio suficiente para juzgar, aunque fueran eminentes científicos, ¡y vaya que hay científicos e intelectuales de mucha fe, que viven bajo la luz de Dios!

Quien pretender ver y juzgar ignorando la mirada de Dios y su luz, continúa en su pecado. Como los fariseos que no valoraron ni agradecieron que Jesús le haya devuelto la vista al ciego, sino que sólo les importaba desacreditarlo con el argumento de que realizó la curación en sábado, violando la ley del descanso sabático. En el fondo no querían que hubiera alguien de más prestigio que ellos, ante el pueblo.

La verdadera luz que Cristo le dio al ciego, el verdadero gran milagro, se lo concedió después, cuando lo encontró y se le manifestó como el Hijo del hombre, es decir, como el Mesías de Dios; entonces el antes ciego contestó: «¡Creo, Señor! Y postrándose, lo adoró» (Jn 9, 38). Los milagros que Jesús hizo entonces, así como los que hace ahora, tienen el fin de llevar al ser humano a la fe, y también a fortalecer la que ya tiene. El mayor milagro que Jesús puede hacer ahora no es acabar con las enfermedades y sufrimientos, sino llevar a muchos a la fe, a que tengan una nueva mirada en la vida, bajo la luz que da la fe en Cristo.

Cuando Jesús dijo: «Mientras estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo», se refería a los tres años que duró su ministerio, y quizá también a los treinta que vivió como si fuera un simple hombre, pues él es eterno, es «luz de luz», «Dios verdadero de Dios verdadero», y así continúa siempre iluminándonos. Aquella temporalidad de treinta y tres años marca después la tarea que tenemos todos los que hemos sido iluminados por él, de difundir su luz por el mundo, donde quiera que estemos.

Por eso san Pablo, en la segunda lectura, tomada de su Carta a los Efesios, nos dice: «En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz» (Ef 5, 8). Ahí está nuestra principal misión como cristianos, tanto para laicos, para consagrados, como para clérigos; más que hablar, vivir dando testimonio. Continúa san Pablo: «Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la santidad, la verdad» (Ef 5, 8-9).

Las obras del pecado son las obras de las tinieblas, y nosotros, aún sin juzgar ni condenar a nadie, con nuestra buena conducta, podemos reprobar a las tinieblas. Dice el Apóstol: «Todo queda tan claro, porque todo lo que es iluminado por la luz se convierte en luz» (Ef 5, 14) y esto contrasta con las obras del mal. Al final san Pablo concluye este pasaje con unas palabras que parecieran ser de un himno o un cántico de los primeros cristianos, que dicen: «Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz» (Ef 5, 14). Esta Cuaresma, nos dice a cada uno de nosotros: «¡Despierta, tú que duermes!».

La fiesta del señor san José, que hoy tocaría celebrar, la realizaremos en toda la Iglesia el día de mañana, lunes 20 de marzo, para no interrumpir el itinerario de la Cuaresma. ¡Patriarca san José, ruega por nosotros!

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán