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El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed

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HOMILÍA
III DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo A
Ex 17, 3-7; Rom 5, 1-2. 5-8; Jn 4, 5-42.

«El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed» (Jn 4, 13).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maaya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Ti’e Ma’alob Péektsil bejla’e’, Jesús ku tsikbatik yeetel juntúul ko’olel k’e’eban, Jesús uk’aj tumen ts’o’ok u xíimbal ichil k’iin chen ba’ale’ uk’aj xan ti’ i’k, men u k’áat ka’a u’uya’ak tumen le samaritanos yeetel ka’a u k’exo’ob u kuxtalo’ob. Jesús tu beetaj u suut evangelizadora le ko’oleloj ti’ u kaajal.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este tercer domingo del santo Tiempo de Cuaresma.

El evangelio de la samaritana nos deja múltiples enseñanzas. Jesús habla con una mujer, lo cual ya es significativo, pues el machismo judío era muy intenso, al grado de que un hombre no se rebajaba a hablar con una mujer. Sin embargo, él habla con una mujer samaritana, es decir, perteneciente a un pueblo que no se lleva bien con los judíos, pues cada pueblo cree tener por derecho el lugar donde alabar al verdadero Dios de Israel.

Jesús rompe esa barrera y, aunque le hace ver a la samaritana que la salvación viene de los judíos, le presenta una gran novedad para el verdadero culto, el cual no será ni en ese templo ni en aquel otro, sino que el Señor quiere ser adorado en espíritu y en verdad. Así nosotros, aunque la salvación viene por el catolicismo, no hemos de sentirnos seguros ni mucho menos superiores a los cristianos de otras iglesias, pues lo que nos salvará, a ellos y a nosotros, será adorar al Padre en espíritu y en verdad. La misma actitud de respeto y fraternidad hemos de tenerla con los miembros de otras religiones, incluso aún con los incrédulos.

Por otra parte, Jesús está hablando con una mujer pecadora, que ha tenido cinco maridos y el actual no es el suyo. Aquí Jesús se muestra como el Dios cercano, el Dios misericordioso, que no tiene asco de acercarse al pecador, que ‘le tiende la alfombra’ para que camine segura y sin temor a una nueva vida de castidad, animada por el perdón del Señor.

Jesús tenía sed en aquel cálido día, viniendo de un largo caminar, y su cuerpo necesita en verdad aquella agua. Pero le importa aún más calmar su ‘sed de almas’, es decir, el deseo de que aquel pueblo lo escuche y se convierta escuchando la buena nueva. Él le ofrece a la samaritana un agua viva, que quien la beba no volverá a tener sed, un agua que se convierte en el corazón creyente en un manantial capaz de dar la vida eterna.

En el Nuevo Testamento, es ante todo el evangelio según san Juan, el que nos habla del agua como elemento de salvación. Como cuando Jesús convierte el agua en vino en las bodas de Caná (cfr. Jn 2, 1-12), también cuando Jesús, hablando en forma metafórica del Espíritu Santo, utiliza el símbolo del agua diciendo que del corazón del creyente «brotarán de su interior ríos de agua viva» (Jn 7, 38); cuando el soldado romano clava su lanza en el costado de Jesús ya muerto en la cruz, dice el evangelio que «Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34); así como del evangelio de san Mateo tenemos el envío que hace Jesús resucitado a sus discípulos para que vayan a cumplir la misión de evangelizar por todo el mundo: «Vayan… bautizándolos (con agua) en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19).

Ya antes los hombres habían encontrado en el agua un símbolo de la búsqueda de su purificación espiritual. El bautismo era practicado por Juan el Bautista, así como por algunos otros predicadores. Por eso Jesús tomó ese mismo signo del agua bautismal para asociarlo a la salvación en su redención. Es como si una cuenta bancaria estuviera antes sin fondos, y luego alguien depositara suficientes recursos para respaldar a todos. Así, el Bautismo cristiano tiene todo el poder de la cruz y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

La Cuaresma es el tiempo litúrgico en el que, con las prácticas de ayuno, oración, limosna, confesión, ejercicios espirituales, viacrucis, meditación de la Palabra, junto con los demás ejercicios piadosos y sacramentales, los cristianos nos preparamos para renovar nuestro Bautismo en la próxima Pascua.

Hoy la primera lectura, tomada del Libro del Éxodo, nos narra la rebelión del pueblo de Israel en el desierto, al pensar que iban a morir de sed, desconfiando así del poder de Yahvé. Entonces Dios obró el milagro de hacer brotar agua de una roca, con la que sació la sed del pueblo. San Pablo, refiriéndose a ese pasaje del Éxodo, en su Primera Carta a los Corintios, comenta: «Y todos bebieron de la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y esa roca era el Mesías» (1 Cor 10, 4).

Al igual que el pueblo de Israel, la Iglesia diariamente recuerda, con el salmo 94 que hoy proclamamos en la Eucaristía, una advertencia referida a la rebelión del pueblo en el desierto, con las siguientes palabras: «Hagámosle caso al Señor, que nos dice: No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras». La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos llama a hacerle caso al Señor.

Jesús dialogó con aquella mujer pecadora, porque la amaba, al igual que amaba a todos los habitantes de aquel pueblo a quienes les quería predicar y cambiar sus corazones. Jesús no fue crucificado en favor de la gente buena, sino en favor de todos, para que, arrepentidos, encontremos en la cruz de Cristo, nuestra salvación. Así se expresa san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los Romanos: «Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores» (Rm 5, 8). Al igual que Jesús, también nosotros somos llamados a odiar al pecado, pero amar al pecador.

Cuidemos responsablemente el don precioso del agua, que alcance para todos; también para las futuras generaciones y para que sea totalmente potable. Cuidemos el agua que recibimos en nuestro Bautismo viviendo de acuerdo con nuestra condición de cristianos. Busquemos el agua bendita no como un fetiche ni como amuleto de buena suerte, sino para recordarnos a nosotros mismos nuestra condición de bautizados, y así pedirle al Señor el ser constantemente purificados por su misericordia.

Por eso en la noche de Pascua seremos rociados con el agua lustral, y podremos llevar nuestro recipiente de agua, para recordar con ella nuestro compromiso bautismal. Una buena confesión en este santo tiempo de Cuaresma es la forma más excelente de reavivar nuestro Bautismo. Aprovechemos las confesiones que se van a organizar en cada parroquia con la presencia de todos los sacerdotes de cada decanato.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán