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Dichoso el que no se sienta defraudado por mí

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HOMILÍA
III DOMINGO DE ADVIENTO,
«GAUDETE».
Ciclo A
Is 35, 1-6. 10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11.

«Dichoso el que no se sienta defraudado por mí» (Mt 11, 6).

 

In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejla’e’ u k’iinil óoxp’éel domingo Adviento le Ma’alob Péektsilo’ ku payakt’aanko’on ka’a ki’imakchak óolal ti’ Yuumtsil yéetel alab óolal paajtik ti’ Navidad. Ts’o’ok k’iinbejsik Inmaculada sáamale’ Guadalupana, lela ku yáanko’on yeetel ki’imak óolalil yo’olaj máax p’áatik.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este tercer domingo del santo tiempo de Adviento. El pasado jueves 8 hemos celebrado la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, y, Dios mediante, mañana celebraremos la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe.

Lejos de apartarnos con estas fiestas marianas del espíritu del Adviento, todo lo contrario; ya que contemplar la obra de Dios en María nos ayuda, pues nadie como ella vivió la espera de la llegada del Salvador. Con María aprendemos a esperar. María inmaculada desde su concepción nos muestra como el Señor iba preparando el templo donde se habría de encarnar. Santa María de Guadalupe, aparece embarazada, pues trae al Mesías en su vientre, para que sea recibido por el nuevo pueblo que estaba naciendo.

En el 2023 iniciaremos un novenario de años, para esperar la gran celebración de los 500 años de las apariciones de la Guadalupana en el Tepeyac. Esto a la vez nos irá disponiendo para seguirnos preparando a celebrar los primeros 2000 años de la redención realizada en Cristo.

Por otra parte, hoy es el domingo llamado «Gaudete», cuando se enciende la vela rosa de la corona de Adviento, y la vestidura del sacerdote puede cambiar a color de rosa, porque es un día en el que la Iglesia nos invita a la alegría que proviene de la esperanza del Señor que ya viene. La alegría debe ser una nota característica de todo cristiano, y en este domingo se exalta el gozo de estar cercanos a recibir a quien vino desde lo alto, al vientre purísimo de la santísima Virgen.

De hecho, por eso la primera lectura, tomada del profeta Isaías nos dice: «Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo… Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo!… vendrán a Sion con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha» (Is 35, 1-6. 10).

El motivo de la alegría a que se invitaba al pueblo de Israel era la esperanza de que pronto volverían de su destierro y se acabaría todo motivo de aflicción. Para nosotros los cristianos está patente la esperanza de que saldremos del destierro en este valle de lágrimas, para ir al encuentro del Señor en la Jerusalén celestial. Nos alegramos además porque aquí y ahora gozamos de las múltiples presencias que el Señor presenta en nuestras vidas: a través de sus sacramentos, en su Palabra, en toda la gente que amamos y que nos ama, en todos los hermanos necesitados de nuestro apoyo y en todas las cosas buenas de la vida.

En la segunda lectura el apóstol Santiago nos llama a ser pacientes en nuestra esperanza con la misma actitud que tiene un sembrador al esperar el fruto de lo que ha sembrado. Él invitaba a tomar el ejemplo de paciencia en el sufrimiento de los profetas, y claro que en ellos tenemos grandes ejemplos. Tenemos además un maravilloso ejemplo en los profetas del Nuevo Testamento, es decir, en todos los mártires de la Iglesia que son más cercanos a nosotros. Por ejemplo, tenemos en México, al beato mártir Anacleto González Flores, patrono de los Laicos (es decir, todos los bautizados que no son sacerdotes o religiosos). Seamos pues, pacientes, y no exijamos resultados inmediatos y perfectos de nuestros esfuerzos y oraciones.

En el santo evangelio de hoy según san Mateo, Juan el Bautista, quien está en la cárcel, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús si él es el Mesías o si deben esperar a otro. Los especialistas en Biblia afirman que seguramente no es que Juan tuviera dudas sobre el mesianismo de Jesús, sino que quería que sus discípulos fueran a verlo y se convencieran de que en verdad era el Mesías. Seguramente habría un deseo en Juan, de que su gente viniera a darle testimonio de la obra de Jesús y alegrarle así sus días.

A todos los presos les gusta que la gente los visite, y aunque les platiquen las mismas cosas, que ellos sean sus ojos para ver lo que está más allá de las paredes de su reclusorio. Claro que cuando son visitados por sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos, como los muchos que hay en Yucatán, nuestros hermanos presos pueden ver no sólo lo que hay más allá de la barda del penal, sino incluso más allá de esta vida.

La respuesta que Jesús da a los enviados de Juan es que en él se están cumpliendo las profecías que lo anunciaban pues «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su lepra, los sordos oyen. Los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí» (Mt 11, 5-6). Esos milagros que Jesús realizaba continúan sucediendo hasta hoy, por la oración de la comunidad o la intercesión de algún santo; aunque para el que cree, aún lo natural es milagroso.

¿Quién se puede sentir defraudado de Jesús? Sólo aquel que pretendía conseguir de Jesús algo que se proponía y no lo ha logrado. Seguramente Judas se sintió defraudado de Jesús, al ver que no podría obtener más dinero como su discípulo más allá de lo que robaba de la bolsa común (cfr. Jn 12, 6). Se siente defraudado de Jesús aquel discípulo que no está dispuesto a ciertas pruebas y cruces en su camino de seguimiento. Se siente defraudado de Jesús aquel que no está dispuesto a abandonarse a la voluntad del Padre como lo hizo Jesús mismo.

Luego el Señor da un testimonio precioso sobre Juan el Bautista, declarándolo como el profeta anunciado en la Escritura, el cual vendría a preparar el camino del Mesías. Dice Jesús: «No ha surgido entre los hijos de una de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista». ¿Pero qué diría Jesús si diera testimonio de ti o de mí? Y continúa diciendo: «Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él» (Mt 11, 11). Aquí Jesús se refiere seguramente a María, cuyo espíritu se alegra porque Dios ha mirado la pequeñez de su esclava (cfr. Lc 1, 48), o quizá anima Jesús a sus discípulos con estas palabras a entrar en el Reino de los cielos por el camino de la humildad.

A propósito de la cárcel de Juan el Bautista, saludo a toda la gente que nos acompañará durante estos días cercanos a la Navidad, para encontrar a Jesús en la persona de cada encarcelado. Creo que este es uno de los apostolados más valiosos en toda diócesis, y el día 24 de diciembre no les faltará su celebración Eucarística a estos hermanos nuestros. También saludo a los que en estos días se mueven a visitar a los pobres y a los enfermos con muestras de solidaridad cristiana, y por supuesto, a los que visitan a los niños pobres.

¡Felices fiestas guadalupanas! Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán