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Ahí se transfiguró en su presencia

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HOMILÍA
II DOMINGO DE CUARESMA
Ciclo A
Gn 12, 1-4; 2 Tim 1, 8-10; Mt 17, 1-9.

«Ahí se transfiguró en su presencia» (Mt 17, 2).

 

In láake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Bejlaé Te’ Ma’alob Péeksil, Jesús ku bisik Pedro, Santiago yéetel Juan tu kanalil u káaxil Tabor, tu’ux tu yéesaj ti’ob u nojbe’enil le ka’ tu k’exuba’ tu táano’ob yéetel kaj chíikpají Moisés yéetel Elías taám u t’aano’ob yéetel Jesús. Le ba’ax tu ya’alaj ti’ob u T’aan le Taata’o’ u ti’al tuláaklon: úuy u t’aan in Paal yáakunaj.

 

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este segundo domingo del Tiempo de Cuaresma.

El domingo pasado, el santo evangelio nos llevó con Jesús al desierto para aprender el valor del ayuno y la oración, pero también el modo de enfrentar al demonio y salir victoriosos ante toda tentación. Hoy el pasaje del evangelio según san Mateo nos lleva con Jesús a lo alto de un monte, donde muestra a Pedro, Santiago y Juan, la gloria de su divinidad. Si buscamos el versículo anterior con el que termina el capítulo 16, encontramos que Jesús anunció lo siguiente: «Les aseguro que algunos de los que están aquí, no morirán sin antes haber visto al Hijo del Hombre en su Reino» (Mt 16, 28).

Seis días después se cumplió su anuncio, cuando sobre el monte, el rostro de Jesús «se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías conversando con Jesús» (Mt 17, 2-3). Por supuesto que los tres apóstoles estaban maravillados de lo que veían, y por boca de Pedro le pedían a Jesús permanecer ahí. Sin embargo, aún les faltaba lo mejor, entonces se escuchó la voz del Padre que decía: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escúchenlo» (Mt 17, 5).

Los apóstoles, quienes ya habían escuchado los anuncios de la pasión, muerte y resurrección que Cristo les había dado, y que pronto presenciarían su cumplimiento, con la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor fueron fortalecidos para soportar la gran prueba, al fijar su mirada en la futura gloria y poner sus oídos en las palabras de Jesús.

Existe un monte Tabor al final de esta Cuaresma: es la Pascua que nos hará contemplar y compartir la alegría del Resucitado. Pero existe otro monte Tabor al final del camino de nuestra vida cristiana: es la gloria eterna, donde tendremos un gozo inimaginable con la contemplación de la gloria del Dios uno y trino. Sólo que, para llegar a ambos finales felices, necesitamos escuchar y poner en práctica las palabras de Jesús, según lo que la voz del Padre nos manda hacer.

En ese camino de la vida y, especialmente, en este camino de la Cuaresma, la voz del Padre se hace oír y nos dice a nosotros, hombres y mujeres del 2023, «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escúchenlo» (Mt 17, 5). La vida de una persona de fe se mueve en la escucha de la Palabra de Jesús. No se trata solamente de rezar y de comulgar, no se trata solamente de abrir el Evangelio y leer unos cuantos capítulos, sino de una oración de escucha, que nos lleve a confrontar nuestros proyectos de cada día con las Palabras de Jesús. Es cerrar los ojos un momento y preguntarle: ‘Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?’.

Cada decisión importante y aún la más insignificante debemos confrontarla con la enseñanza de Jesús y, por supuesto, en las grandes decisiones de la vida tomar en cuenta a Jesús, y no sólo lo que opinan familiares y amigos. No nos arrepentiremos nunca de dejarnos guiar por el Maestro.

La primera lectura de hoy está tomada del Libro del Génesis. Nos narra el llamado que Dios hizo a nuestro padre Abraham para salir de su tierra y de su parentela, hacia la tierra que le mostraría, con la promesa de hacer de él un gran pueblo. Dios cumplió su promesa dándole la gran descendencia del Pueblo de Israel, del que la Iglesia, pueblo santo de Dios, es su continuidad; no en la sangre sino en la fe.

Hoy también el Señor nos llama a salir. ¿Salir de dónde?, de un estilo de vida a otro, pues sea cual fuera tu estilo de vida, siempre puede el Señor mostrarte algo mejor de lo que espera de ti. Nos invita pues, a salir de nuestros pecados para entrar en la tierra de la amistad con Él. La tierra prometida es también figura del Reino de Dios.

Abraham fue llamado por Dios, pero el Señor nos llama a todos a una vida santa, a una vida de perfección a semejanza del Padre. La Cuaresma es un tiempo oportuno para retomar nuestra vocación, para volver a nosotros mismos, a nuestra naturaleza original de bondad, de justicia, de amor a Dios y a nuestro próximo.

El matrimonio debe entenderse como un camino a la santidad, y de igual modo, el ejercicio de cada profesión. Para algunos adolescentes y jóvenes quizá esta Cuaresma sea la oportunidad de escuchar el llamado a la vida religiosa o sacerdotal. Sigamos el llamado del Señor y no nos arrepentiremos de escucharlo y seguirlo.

La segunda lectura, tomada de la Segunda Carta del apóstol san Pablo a Timoteo, nos habla igualmente de nuestra vocación, diciendo: «Pues Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida, no porque lo merecieran nuestras obras, sino porque así lo dispuso él gratuitamente» (2 Tim 1, 9).

Al igual que Abraham, tengamos el valor y la confianza en Dios para aceptar su llamado, para caminar a dónde él nos mostrará, pues el hombre de fe no sabe por dónde lo llevará el Señor, pero está seguro de ir en la mejor compañía y de dirigirse a dónde en verdad él quiere llegar.

Tal vez alguien crea que ha pecado demasiado y que para él no es posible el cambio de vida o recibir el amor de Dios, pero no hay pecado que pueda superar la misericordia del Señor. Basta un arrepentimiento sincero y profundo, junto con un propósito de cambiar de vida, para que nuestro buen Padre Dios nos abra sus brazos recibiéndonos en nuestra casa. Pequeños o grandes cambios en nuestra vida, de eso se trata la Cuaresma, y esto se logra escuchando las Palabras del Hijo de Dios en nuestro interior.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!

 

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán